Monólogo de la diosa Atenea.
La vida es una estrategia: quien no razona, no
gana.
Ustedes
tienen un estereotipo de nosotros los dioses. Dicen que todos somos seres
insensibles, vengativos y rencorosos. Pero jamás han analizado lo que realmente
nos sucede.
¿Qué
pueden decir los humanos de una diosa cuyo ser está envagrado de sentimientos
que no puede exteriorizar?
El
detalle se encuentra en que ustedes no son sabios, no cuentan con las aptitudes
necesarias para analizar una situación y su capacidad de razonar es tan estéril,
que su corazón libra erróneamente todas las batallas.
Se
preguntaran que estoy haciendo. Pues les digo que estoy liberando todos mis
demonios, los sentimientos que me carcomen día a día y que mi divinidad me
impide expresar. Pues el que sea inmortal no quiere decir que nuestro cerebro
no mande señales en función de lo que sentimos. Hago pleno énfasis en la palabra
inmortal pues aún siguen creyendo que el corazón es el órgano que transmite los
sentimientos.
Y
es en este momento en el que quiero emancipar todo lo que siento.
Para
comenzar quiero hablarles de mi origen, ya que desde antes de nacer ya se podía
identificar mi esencia. La inepta de mi madre, Metis, quedo en embarazo del
dios de dioses. Debido a la maldición que mi abuelo hizo recaer en mi
padre, yo no debía de nacer; pues le arrebataría todo su poder. Por ello, mi
padre decidió engullirla antes de mi nacimiento. Estando en su cuerpo logre
posicionarme dentro de su cabeza. Allí, mi sabiduría me permitió causarle un fuerte
dolor en ella a Zeus, quien al ser incapaz de soportarlo, decide llamar a
Hefestos para que le hiciese una incisión en el cráneo y de su cavidad craneana
surgí yo. Y allí se encontraba, aquella luchadora innata, armada con mi daga,
mi casco y mi escudo, vociferando un gran grito de victoria que resonó en todo
el mundo. Contario a cualquier predicción, no me convertí en la enemiga de mi
padre, sino en su mayor aliada y su hija predilecta.
Con
respeto a los enemigos, más que llamarlos de esa manera yo los denominaría
contrincante y el primer nombre que mi razón me da es… Afrodita. Sí, esa diosa
egocéntrica y lujuriosa que no cumple función alguna más que la de
entusiasmar a los inmortales con sus actos impuros. Piensa que por haber ganado
la manzana de oro, por parte París, sería suficiente para ser catalogada como
la más bella de todas las diosas. Más increíble aún, que ese idiota creyera que
obtendría a la mujer más hermosa de todas con solo aceptar el soborno por parte
de la vanidosa diosa.
Lo
que jamás se esperaría París sería nuestra venganza. Nunca hubiese sido capaz
de imaginarse cuán grande debía ser su perdida, porque quien lucha justamente,
siempre y cuando cuente con mi apoyo, obtendrá la victoria. Ni que hablar de mi
gran idea del caballo de madera, con la que ayude a Odiseo y al pueblo
griego para que lograran su objetivo. Sin olvidar también, de cómo le
di un castigo a la presumida, orgullosa e imprudente de Medusa, de quien obtuve
más tarde su cabeza como ofrenda por parte de Perseo y la cual debería de
permaneces en mi égida por la eternidad. O el momento en el que los griegos me convirtieron en la protectora de
su ciudad por hacer brotar un olivo y la nombraron en mi nombre, Atenas.
Hablando
de mi nombre, requiero hacer una confesión. Todos me conocen como Palas Atenea,
la diosa virgen de la sabiduría, la razón, de la guerra justa y la victoria
pero pocos conocen el fatal origen de mi primer nombre. Palas, mi compañera de
juegos y luchas, la que mate por accidente y a quien recuerdo durante toda mi
existencia. En su honor llevo su nombre por delante del mío y fue por ella que
construí el Paladio para rendirle culto, no saben cuánto me duele y cómo la
extraño.
Melancolía, es lo que siento
al pensare en mi hijo Erictonio. Quien fue engendrado por el esperma de Hefestos. Pues en su
intento de violarme, derramo un tanto de su fluido seminal sobre mi pierna. Aterrorizada
limpie aquel detestable líquido con un trozo de lana que cayó al suelo, dando
como surgimiento a aquel desgraciado niño. Me siento mal al haberlo dejado al
cuidado de unas princesas y no haberme comprometido completamente a él, pues a
pesar de que no lo tuve en mi interior lo siento como mi hijo propio.
Analizándolos me percato de
cuan impresionados están. ¿Creían
ustedes, débiles humanos, que la diosa de la sabiduría dejaría que unos seres
irracionales conocieran su mayor debilidad? ¡Jamás! todo se trata de la
estrategia.
Ahora, nunca lograran recordar todo lo que les he confesado y vagaran por el mundo tratando de entender y estudiar mi historia.
Ahora, nunca lograran recordar todo lo que les he confesado y vagaran por el mundo tratando de entender y estudiar mi historia.

Buenos días, me puedes decir por favor, el nombre de quién escribió éste monólogo. Lo vamos a presentar en clase y necesitamos dar reconocimiento al autor o autora. Muchas gracias
ResponderEliminar